Leia matéria de Carolina Alduvín para La Tribuna, de Honduras, publicada em 23/10:
Desde finales del siglo pasado venimos escuchando como una profecía amenazante que el clima en nuestro planeta está por cambiar drásticamente en perjuicio de la vida de los humanos y de los sistemas que la sustentan. Profecía basada en datos precisos, recolectados con paciencia e interpretados con conciencia por expertos en diferentes campos; mientras algunos políticos populistas, o bien ignoran los hechos por considerarlos alarmistas, o se burlan abiertamente de quienes leen las señales que brinda la naturaleza y hasta de aquellos pocos que les prestan la debida atención y hacen algo al respecto desde sus posiciones de poco o mucho poder. Hoy, los efectos del cambio climático y de ignorar las bien intencionadas medidas de precaución sugeridas por los expertos, pasan factura a todos, especialmente a los más vulnerables que suelen ser los más pobres, marginados e ignorantes.
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Este 2025, la organización de la COP30 este mes de noviembre, corresponde a Brasil, cuyo gobierno ha seleccionado como sede a la ciudad de Belém, en el corazón del bosque tropical más extenso del planeta: la Amazonía, que más que un símbolo, es un llamado a la responsabilidad histórica, donde el avance de la deforestación, la degradación ecológica, la pérdida de diversidad biológica y la contaminación debida al mal manejo del petróleo, los microplásticos y los metales pesados, orilla a los sistemas forestales tropicales hacia puntos críticos. Selvas enormes como las que rodean el Amazonas, la cuenca del Congo o el sureste de Asia y otras no tan grandes como nuestra Mosquitia, enfrentan una serie de riesgos sistémicos, debidos en parte a los cambios naturales y potenciados por las actividades humanas inadecuadas, no reguladas y hasta ilegales.
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